¡Pero… vamos, corre que van a volver! Me
decía mi madre.
Hace diez años ya y cómo lo recuerdo,
como si fuese ayer cuando esto pasó:
Hace diez años, un 31 de enero, mi
sueño, como el de muchos iberoamericanos, era cruzar la frontera de Estados
Unidos.
Tengo dos hijos, una mujercita de diez
añitos, y mi rey, el mayor que ya ha cumplido quince.
Os contaré que los dejé muy muy
pequeñitos, pero es cuando tuve la oportunidad de pasar la frontera hacia los
EEUU.
Ese día recuerdo que estaba tendiendo la
ropa, cuando de repente recibí una noticia que llevaba esperando mucho tiempo y
era que había una posibilidad de cruzar la frontera ya que había una zona de
escaso control policial.
Cuanto más pensaba en las posibilidades
que había de que me deportasen y de que había muy pocas posibilidades de que no
me pillasen, me iba haciendo más pequeña moralmente y de hecho, en los últimos
momentos, me dieron muchas ganas de volverme para atrás, pero después de todo
el largo camino recorrido con mis pequeños y mi madre, ¿cómo iba a regresar?
Llegamos a nuestro destino, pero no todo
termino ahí. Después de unas pocas horas sentados mirando el horizonte y la
lejana playa, decidimos emprender camino buscando un lugar donde dormir y
alimento que llevarnos a la boca.
Como mi pequeño estaba muy hambriento
fui rápidamente a un puesto de comida rápida, pero cuando me puse en la fila
que había para hacer el pedido, justo cuando me giré para ver a mis hijos y a
mi madre, comprobé que no estaban.
Al instante les empecé a buscar con la
mirada como una loca y vi que un policía les estaba pidiendo los papeles.
Mi madre dijo que no tenía nada y se la
llevaron junto a mis hijos hacia la comisaria………¡De nuevo los deportarían a El
Salvador!
Al ver todo aquello no supe que hacer ya
que le había dejado a mi madre todas mis cosas y solo tenía el dinero justo
para el burrito que iba a comprar.
En ese momento pensé que el mundo se me
echaba encima y no sabía que iba a hacer.
No se me ocurría nada, de forma que
lloré desconsoladamente hasta que una persona, una persona que se merece el
cielo, me preguntó que qué me pasaba.
Yo le conté mi situación y la
comprendió.
Esta persona se llama Diego, es
estadounidense y piensa de una manera muy abierta. Gracias a él ahora estoy
aquí escribiéndote esto.
Cuando Gabriel escuchó mi situación me
llevó a un banco que había cerca y me preguntó:
-¿Y qué piensas hacer?
Yo no me moleste en contestarle pues me
quedé sin palabras.
-Bueno- me dijo- creo que si a mí me
pasase esto tampoco tendría palabras y estaría mucho peor que tú. De momento te
propongo dos opciones, la primera es que te voy a ofrecer un poco de dinero y
cada uno se marchará por su lado y la otra es que yo tengo casa en la que hay
sitio para ti, y podrás tener comodidades.
Yo prefiero la segunda porque no sé si podré
dormir sabiendo qué será de ti a partir de ahora.
Como es lógico y con ciertas reticencias
tuve que aceptar la oportunidad que se me ofrecía y acepté la segunda opción
pues necesitaba dormir, comer y ducharme tras la dura jornada vivida y sobre
todo después de haberme tenido que separar de mi madre e hijos de aquella forma
tan dramática.
A la mañana siguiente misteriosamente
nos levantamos a la vez y para hacerme reír me dijo:
-Vaya creo que si te hubiese conocido a
primera hora de la mañana no te hubiese acogido en mi casa.
Un chiste que yo no entendí, pero me
tranquilizó diciéndome que era broma y entonces me reí.
Durante el desayuno, en la mesa central
de aquella grandísima y típica cocina americana, me propuso otras dos ideas:
-Bueno ya has visto que soy una buena
persona, pero con esta propuesta no quiero hacerte sentir incómoda y tienes otras
dos opciones:
Quedarte unos días en
casa y bueno… convivir como unos buenos amigos o marcharte e irte con un poco
de dinero.
Creo que elegiré la segunda Gabriel y…….¡gracias
por todo!- le dije tímidamente.
No
hace falta contar más, solo que ahora sigo viviendo con Diego.
Afortunadamente tengo una carrera y él sigue
trabajando como siempre. Actualmente trabajo en un restaurante, que dejaré
cuando consiga trabajo de lo que he estudiado.
Por último quería desear suerte a todas
las personas que están intentando pasar, ya que no es fácil.
Desde aquí les animo a que sean fuertes
y miren siempre hacia delante y nunca, nunca hacia atrás, ya que eso les hará hundirse
más.
En cuanto a mi madre e hijos, una gran parte
del dinero que recaudo en mi trabajo en este restaurante, se lo envío a ellos.
Y en cuanto a mis pensamientos de futuro,
deciros que mi carrera está relacionada con la ayuda a estas personas y a otras
con diversos problemas, pero sobre todo
tengo en mente emprender una asociación humanitaria para que aquellos que hayan
sufrido o estén viviendo una experiencia similar a la mía.
Le deseo que tengan fuerzas, que
encuentren apoyo, tanto antes de pasar la frontera como después y que no les
falte lo que a mí por suerte me regaló el cielo, alguien
tan desinteresado y bueno como mi gran amigo Diego.